martes, 8 de diciembre de 2015

VIGNETTE No. 5 - La mujer más bonita - *Sin editar*

Le digo que la vi, amigo.  Fue hace muchos años que ya casi ni me acuerdo.  Pero sí la vi, porque si no, no le estuviera diciendo nada.  Yo no soy hombre de mentiras.  No recuerdo los detalles; donde o exactamente cuándo, pero recuerdo algunas circunstancias.  Eso sí lo recuerdo.   Yo tenía un pie fracturado, o tal vez los dos, o quién sabe si los dos y un brazo.  Estaba en cama.  Con los huesos en pedazos como quien dice.  No una cama cualquiera, sino en un catrecito de lona blanca que me hizo un viejo ebanista del barrio.  Muy cariñoso el viejo ese.  Tal vez era un hospital, tal vez era mi casa; comprenda que me falla la memoria.  Yo estaba exhausto del dolor.  El dolor no me dejaba dormir en las noches ni de día tampoco.  Cansado de resistir, peleando una batalla perdida; así me encontraba.  Fue un día de estos, de estos miles días de dolor que pasé (que gracias a Dios ya pasaron); un día de estos fue que la vi.  La recuerdo vívidamente.  Creo que la recordaré hasta el día en que me muera.  Ojalá sea el último recuerdo que tenga en mi mente cuando fallezca.  Salió de una de las habitaciones contiguas.  Venía barriendo y cantando y bailando.  Fue como ver a la virgen, solo que más bonita por calle.  Tenía el cabello negro, largo, su piel blanca, labios delgados y unos ojos grandes y bonitos como nunca más los he vuelto a ver.  Era joven.  Tal vez mayor que yo, tal vez menor.  Quién sabe.  Venía cantando.  Todavía recuerdo su voz.  Cantaba una de Camilo Sesto, o Roberto Carlos, o Julio Iglesias, o Rudy la Escala, o Roció Durcal o tal vez todos a la vez.  La cosa es que venía cantando, amigo.  Y con su voz me sacó por unos minutos del hastío y del cansancio.  Y en medio de toda mi desgracia me hizo sonreír.  Y ella bailó alrededor del catre.  Con su trajecito rojo de bolitas blancas.  Y yo la seguía con la mirada y ella me sonreía y yo le sonreía también.  Y le dije que se casara conmigo, casi sin conocerla, que yo la iba a hacer feliz para siempre.  Ella no me respondió.  Y cantamos un buen rato.  Cantamos una mañana entera, o una tarde entera.  No sé.  Usted no se imagina lo que es recordar aquella visión tantos años después.  Era ella, amigo: la mujer más bonita.  No le hablo tonterías.  Era la mujer más bonita, y el que me contradiga puede irse al carajo.  La tuve un ratito esa mañana.  Bailando y cantando para mí.  Y después se fue.  Y la he buscado por años sin encontrarla en las miradas de las mujeres en la calle.  Con la esperanza de verla de nuevo, aunque sea un momento más.  Sé que reconocería esos ojos en donde fuera.  A veces creo que la he perdido para siempre.  Pero otras veces creo que nunca la he perdido y nunca la voy a perder.  Y le digo que yo daría cualquiera cosa.  Incluso dejaría que me rompieran una pierna, o las dos, o si quieren las dos y el brazo izquierdo y que me acostaran en el mismo catre, en la misma sala, en el mismo año aquel.  Y que me dejaran preso en el tiempo con ella, sin envejecer, los dos atrapados en la misma salita cantando por siempre.  Le digo que yo daría cualquiera cosa, amigo, todo para verla aunque fuera una vez más…

Para la mujer más bonita,
Ana Aracely Barahona Montenegro,
mi mamá.






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