Hace casi quince días inicié esta
cronología con el primero de mis ancestros que sintió alguna atracción hacia
las letras. El día de hoy, me gustaría continuar
esta saga familiar, mostrándoles algo del trabajo de mi abuelo Leonor Osorio.
Leonor Osorio Tejedor
Mi abuelo nació el 29 de mayo de 1927
en la provincia de Herrera. Se dedicó durante
toda su vida a la agricultura y a la ganadería, con lo que pudo sostener a su
esposa y ochos hijos. En sus ratos
libres, que juntándolos ahora que es un hombre de casi noventa años han sido
muchos, se dedicó a la composición de décimas y poemas, “Como
un hobby” según sus propias palabras.
Mi padre y yo, hemos estado haciendo un trabajo recopilatorio, que no ha
sido más que rebuscar entre sus cachivaches,
y hemos encontrado en lo que va de la búsqueda, cerca de doscientas décimas y
ochenta poemas aproximadamente. Tenemos
la intención de publicar un poemario con parte de su obra, cuyo título será, si
Dios nos lo permite: Mi Legado Ocueño.
Mi abuelo es principalmente un decimista (permítanme utilizar este término del gran Lily Samaniego). Por lo que me gustaría compartirles el primer
pie de una décima dedicada a los Manitos Ocueños, llamada “Ocú, Tierra Adentro”. La décima completa tiene redondilla y pie forzado.
I.
En mi bello pueblecito
de mi tierra interiorana
al repique de campana
se acercaban los manitos.
Entre salomas y gritos
alegres y emocionados
sube el cura del poblado
y da el toque de oración
iniciando la función
del
tamarindo añorado.
El siguiente poema, estará incluido en
el poemario “Mi Legado Ocueño” y es
uno de los más interesantes en mi humilde opinión.
EL SILENCIO
Al entrar en su alcoba la encontré sumergida
en su viejo sillón de rústica madera
donde solo a través del cristal de la vidriera
la luna diáfana penetraba entristecida.
La noche de gris se tornaba, triste y desierta
al dar las doce en la vecina estancia
sentí que emanaba una fragancia
como de lirios místicos o de rosas muertas.
¡Que noche tan feliz!; la besé dormida
en su rostro angelical a mi manera
cual sediento peregrino se desespera
por el líquido vital que devuelve la vida.
Al amanecer un ángel del cielo tocó la puerta
como me encontraba cerca de su lecho
sentí vacilar y palpitar mi pecho
en seguida murmuré: “no latas,
que la despiertas”.
La Chorrera, 1986
Espero continuar con mi siguiente
entrada muy pronto para mostrar algunas décimas de mi padre, el Ing. C. Enrique
Osorio, quien al igual que yo, lleva algo de poesía en las venas.
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