Si alguien me pregunta cómo era mi tía Mirta, contestaría como cuando era un niño. Mi tía más alta, que le gustaban los animales y que cuando venía a visitarnos, siempre tenía buen humor, hasta para contar las cosas malas, y aquella risa contagiosa que me parece ahorita mismo puedo escuchar. Así era mi tía Mirta. Con un talento descomunal para mejorar y embellecer cualquier cosa; talento admirado hasta por sus mismas profesoras en los cursos cuando al terminar las tareas siempre quedaban mejores que la de sus propias instructoras. Así era mi tía Mirta. Le dabas un poco de alambre, algunas perlitas y cristales y lo convertía en un tembleque, tomaba un gancho cualquiera y algunos retazos de cintas de colores y creaba el lazo más hermoso que hubieras visto. Tomaba un manojo de flores y un pedazo de hielo seco y podía hacer un recordatorio, muchos de los cuales aún reposan y reposarán en nuestras vitrinas. Le entregabas una niña y ella podía convertirla en una reina. Cosa que logró muchas veces principalmente con sus hijas y nietas. Así era mi tía Mirta. La que podía mejorar y embellecer cualquier cosa. La que convertía su casa en un verdadero espectáculo para las navidades. Sus arbolitos y coronas eran sin lugar a dudas los mejores. Tanto así, que la mayoría de nosotros, entre los cuales me incluyo, le pedíamos ayuda para decorar nuestros hogares y que al menos fueran un reflejo del suyo; y ella por supuesto, venia siempre gustosa de poder ayudar desinteresadamente poniendo todo su talento en hacernos felices. Así era mi tía Mirta. Pero ese talento de sus manos lo hizo trascender más allá de las manualidades y las cosas materiales. Mi tía tomó su casa y la convirtió en un hogar. Tomó a sus hijas, a las cuales todavía recuerdo con cariño como aquellas primitas juguetonas con quienes compartía en las tardes y las convirtió en mujeres buenas y trabajadoras, a su propia imagen. Así era mi tía Mirta. Una mujer buena y trabajadora a la cual hoy empezaremos a extrañar porque les aseguro que no habrá navidad, ni cumpleaños, ni fiesta, ni reinado en donde no echaremos de menos su consejo y su ayuda, con la cual siempre contamos. Nos hará falta verla sentadita en su portal armando algún arreglito, alguna cosa bonita de esas que ella sabía hacer. Sé que nos hará falta, especialmente en los momentos felices en donde sé que todos recordaremos su sonrisa. Así era mi tía Mirta.
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