domingo, 4 de marzo de 2018

El último caminante (Para mi papá) - *Sin editar


Siempre fue parte de mi vida.

Un martes de carnaval cualquiera, el año escójalo usted; papá alistaba su mochila de guerra como las que trajeron los gringos en el ’89.  Ropa, un par de zapatillas extras, doce o quince pastillas Motrin de 400 miligramos para el dolor, vendas elásticas, Cofal fuerte, un paquete de Maicena, curitas, jabón, un par Gillettes para las ampollas, su reverbero y quien sabe que otras cosas.  Después lo veía colocarse un gran hábito color púrpura hecho por mi abuela y mi mamá, con botones de oro en el hombro izquierdo y una gran cruz latina dorada en la espalda.  Una cinta en la frente, con la que yo jugaba de corbata, del mismo color de su vestido, al estilo de Rambo, un sombrero pintado para protegerse del sol y los lentes Ray Ban aviador.  Ya casi me voy, Chela.

Papá se iba de casa de nuevo.  Un llanto y miedo.  Miedo de golpearme cuando papá no esté.  Tengo que quedarme quieto.

Hazle caso a tu mamá.  No estés saltando en la cama.  No llores que yo vengo en unos días.  Voy a pedirle al Santo.  ¿A pedirle qué, papá?  Voy a pedirle por ti.

La Chorrera, Capira, Chame, San Carlos, Río Hato, Antón, Penonomé, Natá, Aguadulce, Divisa y Atalaya.

Ruta de La Chorrera a Atalaya resaltada. 

Cinco días y 211 kilómetros más tarde, regresaba papá.  Lleno de lesiones, de cicatrices e historias del trayecto.  Cojeando.  Contento de haber cumplido.  Con cuentos de brujas, de duendes, de amigos y buenos samaritanos.  De encuentros con otros caminantes: de Enrique Credidio que hizo la ruta descalzo, de Flecha Veloz, del capitán.  Y otro botón, de los que tenía mi abuela en la gaveta de su máquina de coser era hilvanado en su manto.

Treinta años después ya no quedan peregrinos en los caminos.  Es una tradición perdida del siglo pasado, dicen.  Solo uno se mantiene.  Ahora está viejo.  Divide su promesa en diferentes tramos y le pide perdón al Santo por que le faltan las fuerzas de antaño.  Nadie ha caminado tanto como él, ha recorrido más distancia que de Panamá a Guatemala en sus nueve peregrinaciones en un esfuerzo casi inhumano, sin temor y con fe; el Santo lo sabe y lo perdona.  Sé que sería capaz de darle la vuelta al mundo a pie por nosotros si tuviera el tiempo…

Como quisiera acompañarlo en sus cansancios, pero tengo que conformarme con llevarle agua y animarlo mientras descansa.  Te ves bien.  Te veo fuerte, papá.

Todavía se despide los martes de carnaval.  Ya no tengo miedo.  El llanto lo ponen mis hijas.

Hazle caso a tu mamá.  Pórtate bien.  No me regañen a Lluvia.  No llores, Luna, que yo vengo en unos días.  Voy a pedirle al Santo.  ¿A pedirle qué, abuelo?  Voy a pedirle por ti.

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