No quisiera
que pasara el mes de noviembre sin compartirles otra de esas viejas décimas que
he venido publicando desde hace algunos meses.
Desconozco el autor de la siguiente obra, así como también su título. Estos versos fueron dictados a mi padre por
un gran amigo y trovador, el chiricano Álvaro González. Esta décima en particular es utilizada como “contesta”
(o respuesta) a la décima que publiqué el mes anterior (“La leyenda del Cedrón”). Espero les guste...
I.
Semidormido
un sargento
en la
penitenciaria
de su alma
borrar quería
una pena,
un sentimiento.
Allí
escuchaba el lamento
de un
anciano prisionero
que en una
cama de cuero
tristemente
sollozaba
y en
silencio meditaba
su futuro
lastimero.
II.
El vil
sargento al penado
le dice en
tono violento
ya no
llores, dime el cuento
porque
fuiste sentenciado.
El anciano
desdichado
dijo con melancolía
si quieres
la historia mía
yo te la
voy a contar
y así me podrás
juzgar
si mi acto
fue cobardía.
III.
A una mujer
yo amaba
con aquel
primer amor
y me
brindaba el calor
que con
cariño me daba.
Pero un día
se me enfermaba
cayendo en
la cama inerte
la salvaría
de la muerte
una cara
operación
y busqué su
salvación
robando una
caja fuerte.
IV.
Luego me
daba en seguida
como fruto
del cariño
un lindo y
hermosos niño
para
alegrarme la vida
Pero perdí
la partida
nuestra
dicha se abatió
pues pronto
se descubrió
el robo del
capital
y el juez
de un tribunal
a seis
meses me encerró.
V.
Mi pena fue
rebajada
por mi
conducta ejemplar
y loco corrí
a mi hogar
deseando
ver a mi amada.
Pero ella
me engañaba
con su
cruel perversidad
daba su
sensualidad
de una
manera tan fiera
que como
hambrienta pantera
sacia su voracidad.
VI.
De mi
divinos amores
rompió el
destino los lazos
y a punta
de machetazos
decapité
los traidores.
Disipados
mis rencores
comprendí
muy claramente
que mi
niñito inocente
solitario quedaría
que en la cárcel
pagaría
mi condena
amargamente.
VII.
A mi niñito
en su lecho
muy
fuertemente abrasé
y con mi
puñal tatué
la cruz
gamada en su pecho.
No lo hice
por despecho
se lo juro
con hombría
yo a una
anciana conocía
al momento
la busqué
y a mi niño
le confié
y me fui a
la policía.
VIII.
En la
maldita prisión
he pasado
tantos años
que ya
tantos desengaños
me han
moldado la razón.
No tiene mi
corazón
más lágrimas
que verter
pues nunca
he vuelto a saber
de mi hijo
por mala suerte
quizás me
llegue la muerte
y nunca lo
vuelva a ver.
IX.
El sargento
había escuchado
ensimismado
al anciano
tocándose
con la mano
su firme
pecho tatuado.
Con el
llanto derramado
por una
corazonada
al anciano
le mostraba
del pecho
su vieja herida
y el viejo
grito enseguida
hijo cuanto
te he extrañaba.
X.
Con una voz
muy quebrada
dijo el
sargento a su padre
olvídese de
mi madre
porque ella
está sepultada.
Ya su
cuenta esta saldada
mantenga su
alma serena
que yo
endulzaré sus penas
y también
le anunciaría
que solo le
falta un día
para acabar
su condena.