Cuando somos niños, nos pasamos la infancia mirando hacia arriba, al rostro de nuestro padre, protegidos en su sombra, instruidos por su ejemplo. Después el tiempo transcurre y la vida nos hace mirar hacia abajo: a nuestros hijos, nuestros nietos y entonces somos nosotros los que tenemos que igualar aquel ejemplo y aquella sombra que tuvimos cuando niños.
Solo por un breve periodo, efímero, podemos casi que mirar a nuestro padre de frente y digo casi, porque en nuestros corazones sabemos que no tienen igual.
Un día como hoy, en donde ya no tengo a papá, vuelvo a mirar hacia arriba, en busca de su rostro sabio, de su consejo, de su abrazo, de su amor… Y en vez de su mirada, encuentro el amplio cielo y pienso que, desde algún lugar, él me mira también.
Y para consolarme, vuelvo a mirar hacia abajo, a mi familia y pienso en lo que sentía papá.
Nunca dejaré de extrañar a papá.
Quisiera decirle, cuanto disfruté con él escuchando cantaderas al lado de su hamaca. Decirle cuanto valoré leer y cantar sus versos. Decirle lo orgulloso que me siento cuando sostengo su libro en mis manos. Pero estoy seguro que estas cosas las sabía muy bien.
Quisiera decirle cuanto extraño, consultarle mis rimas y decirle también cuan alegre me siento que aún seguimos su ejemplo.
Quien sabe, si tal vez el eco de mi saloma, suba hasta el alto lugar en donde estás, y te haga sonreír una vez más…
Te extrañaré por siempre.
Papá me siento orgulloso
por tu alma de poeta
cuando veo en tus cuartetas
tu mensaje generoso.
Entre los poetas famosos
sé que pusiste tu empeño
para cumplir ese sueño
después de un largo proceso
y ver tus versos impreso
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