miércoles, 2 de abril de 2014

Un extracto de Zama – Antonio Di Benedetto

            Como muchos, he llegado a Antonio Di Benedetto a través de Roberto Bolaño.  Escuché por primera vez su nombre en una entrevista de Bolaño en la cual dejaba entrever la admiración que sentía por este escritor Argentino, no tan conocido como sus contemporáneos Cortázar y Borges (por mencionar algunos).

            En su relato “Sensini”, Bolaño cuenta más o menos la relación tuvieron y menciona brevemente una novelita del tal Sensini (alter ego de Di Benedetto) llamada Ugarte.  Esta novela no es otra que “Zama”, una obra que Bolaño describe como un “Kafka colonial”.  Conseguí la novela y la devoré en unas cuantas sentadas.  Muy amena, la recomiendo.

            Pero la razón de esta entrada es compartirles un pequeño extracto de Zama, que más allá de llamarme la atención, me pareció magistral.  En él, el protagonista, Diego de Zama, un letrado del siglo XVIII en el Virreinato del Río de la Plata, reflexiona en la soledad de su alcoba.

“Me remontaba a la idea de un dios creador. Un espíritu que no hacía pie en nada, capaz de establecer las leyes del equilibrio, la gravedad y el movimiento. Pero su universo era una rotación de bolillas, mayores o menores, opacas o luminosas, en un espacio preciso, como recortado por el alcance de una mirada, en el cual el sonido resultaba inconcebible.  Entonces, por mis necesidades, el dios creador tomaba la figura  de un hombre, pero no podía ser verdaderamente un hombre, porque era un dios, ajeno y remoto. Un anciano de melena y barba blancas, sentado en una roca, que contemplaba con cansancio el universo mudo.  Sus cabellos eran de siempre blancos. Había nacido anciano y no podía morir. Su soledad era atroz. Aciaga. Como un dios no puede crear dioses, pensó crear al hombre, para que éste los creara.  Creó entonces la vida. Pero antes de crear al hombre, hizo las culebras, los gérmenes de la peste y las moscas, dio fuego a los volcanes y removió el agua de los mares.  Precisaba extirpar el tormento y una cierta cólera que la soledad había puesto en su corazón. Después realizó una obra de amor: el hombre, y lo rodeó de bienes. Pero el dios fracasó, porque el hombre creó multitud de dioses que no miraban bien al primero, no sólo se repartieron el universo, sino que algunos de ellos impusieron hegemonías. El mayor fracaso del dios consistió en que podía ver al hombre, pero el hombre no podía verlo a él, no podía devolverle ninguna de sus miradas enternecidas de padre.  El dios quedó solo e irritado. Dejó que los frutos del bien se multiplicaran por sí mismos o por obra del hombre; pero no eliminó los males y desde entonces, para manifestar su presencia, se complacía en agitarlos, ora aquí, ora allá. Otros dioses advenedizos le ayudaban.”

Antonio Di Benedetto
Autor de Zama

            No voy a diseccionar este hermoso párrafo de momento (aunque ganas no me faltan) con intervenciones filosóficas ni reflexiones personales.  Lo comparto, como si compartiese la imagen de una pintura; para que la observen y las disfruten tanto como yo.

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