viernes, 23 de mayo de 2014

Cuando el agua se fue. Cuento - Revista Chicha Fuerte

            Cuando el agua se fue nadie pensó que no iba a regresar.  Todo el mundo estaba tan ocupado con el Carnaval que no había tiempo para pensar en otra cosa.  Habían pasado ya tres días de culecos continuos en toda la provincia y el agua, como es usual en esta fiesta, se despilfarraba.  De repente el agua se fue y tuvieron que suspender los culecos.  Allí empezó la cosa…

La gente tuvo que regresar a sus hogares con ganas de seguir la mojadera pero sin poder hacerlo.  “Dicen que es un daño” decía la gente, pero nadie sabía quién lo había dicho o qué tipo de daño era y aunque todo el mundo lo esperó, el gobernador no se manifestó ese día.

            Por andar de fiesta la gente no pudo recoger agua.  Solo unos pocos lograron llenar algunos tanques amarillos, de esos de pintura, con agua para bañarse, lavar, cocinar y beber.  Así que las familias tuvieron que salir a los supermercados a comprar agua embotellada para tomar.  Nadie estaba realmente preocupado, porque en nuestra provincia es usual que el agua o la luz se fueran varias veces al mes y regresaran al poco tiempo.  Pero el agua no volvió esa noche, ni el día siguiente, ni el que siguió después.

            “Tamos viviendo como los gorgojos” se comentaba por allí.  Los titulares en los periódicos decían: “El gobierno aún investiga el daño, pide paciencia”.  Pero el problema no era la paciencia, sino la falta de agua.  Aquel día el gobierno se manifestó repartiendo tanques vacíos para que la gente almacenara agua y se pudiera aprovisionar.  Irónicamente lo único que faltaba era el agua.

En los supermercados el agua se agotó también y los vecinos se reunieron para ir en grupo a un río en busca de agua para el vecindario.  Recuerdo que fuimos en un camión de acarreos que pagamos entre todos.  Cada uno llevaba consigo los tanques que nos habían regalado.  Fue un viaje corto, nuestra provincia se conoce por sus ríos, tenemos muchos así que el agua no nos haría falta, pero cuando llegamos al primer río sufrimos la primera decepción.  Estaba lleno de basura; había tanta basura que al río le costaba seguir su cauce.  Había de todo allí, desde refrigeradoras viejas hasta el chasis de un diablo rojo.  Era la basura de todos pero como es usual, nadie la reconoce.  “¿Cómo es posible que el gobierno no haya limpiado esto?” alguien preguntó.  Allí nos encontramos un camión con personas de otro barrio que también trataban de conseguir agua.  Acordamos irnos juntos y fuimos al segundo río el cual era una réplica del primero solo que con más basura.  Nos alejamos un poco más hasta llegar al tercer río pero este último servía como vertedero de una fábrica de mosaicos en la cual trabajábamos muchos de nosotros.  El agua no se podía utilizar sin correr el riesgo de envenenarse… Era una lástima.  “Tanta agua por el gusto” dijo un viejo.

Esa noche regresamos con los tanques vacíos a nuestras casas en donde nos esperaban nuestras familias ansiosas por bañarse.  Nadie se pudo bañar y por eso nadie fue al trabajo.  No se podía entrar a los baños por la hediondez; hubo que hacer las necesidades en el patio.  La radio anunció que el gobierno aparentemente había encontrado el daño pero la pieza necesaria para la reparación no la había en nuestro país; la mandaron a pedir a China.  En otras noticias los carnavalitos son todo un éxito en las otras partes de la república.

Así pasaron los días y la cosa se fue poniendo más fea.  Al menos de otras provincias venían camiones llenos de agua que la vendían carísima.  Pero no había de otra, teníamos que adquirirla a cualquier costo.  El barrio de nosotros era pobre, así que no todos pudieron comprar.  Era difícil, para los que habíamos comprado, ver las caras de desesperación de los demás.  Pero no había de otra, eran ellos o nosotros.  Paulatinamente el agua comenzó a tener más valor que el dinero.  Lo comprobé un día en que la vecina me cambió un collar de plata roto por medio tanque de agua, estaba desesperada, pero lo acepté por ayudarla aunque ahora me siento mal por eso pero ni modo.  Esto complicó más las cosas porque se formaron pandillas y empezó la robadera de agua.

Vivíamos con miedo de perder nuestra agua y cuando el camión venía ya la repartición no era ordenada sino más bien una empujadera en donde solo los más fuertes lográbamos a veces salir con un tanque de agua limpia.  Un día en medio del desorden voltearon un tanque ajeno y hubo un apuñalado.  La cosa estaba violenta.

La gente ya ni se acordaba del dinero, todo se pesaba y se medía en agua.  Una libra de arroz valía medio litro de agua, una libra de carne dos litros y medio.  Pronto los camiones dejaron de venir al barrio, porque era más rentable vender a los más pudientes que podían pagar un precio mayor.  Tratamos de manifestarnos pacíficamente, pero el gobierno no nos escuchó.  Marchamos al centro de la ciudad y hubo disturbios.  Nos echaron a los antimotines.  Nos defendimos con piedras y lo que encontramos en la calle.  Hubo fuegos que no se supo quiénes los causaron en medio del gran saqueo que se formó.  De nada sirvió, porque ese día el gobernador tampoco habló y la sequía siguió.  La televisión anunció que había que tener paciencia, pronto el daño estaría arreglado.

No estoy seguro de cuánto tiempo transcurrió, lo que sí puedo asegurar es que estábamos irreconocibles.  El agua no había vuelto en tanto tiempo que empezamos a olvidar para qué eran los grifos de nuestras casas.  El olor a excremento y orina de los baños era casi insoportable.  Digo “casi” porque había que soportarlo de todos modos.  En mi caso ya me había resignado.  No tenía dinero, estaba seguro de que había perdido mi trabajo y los camiones habían dejado de venir.

La esperanza nos había abandonado del todo cuando el agua volvió.  Fue de repente.  Nos dimos cuenta porque un niño, sin saber qué hacía, abrió un grifo del cual brotó agua cristalina.  Todos empezamos a celebrar y pronto nos olvidamos de las dificultades que habíamos tenido con la sequía.  Pusimos música a todo volumen y salimos a bailar a las calles.  Esa noche el gobernador sí habló en la televisión.  Sorprendentemente no dijo nada sobre limpiar los ríos, o tomar medidas de prevención contra daños como el que había tenido la potabilizadora, o sobre cómo debemos cuidar el agua y el valor de esta, sino que decretó que al siguiente día, para celebrar, habría culecos en toda la provincia.

J.C.O.B.

Este cuento está incluido en la revista web ChichaFuerte.com

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